¿Para qué sirve ir al Psicólogo?

Muchas veces escucho el cuestionamiento de si nuestra profesión, la de psicólogo, sirve para curar o si incluso sirve para algo. La idea de utilidad circula por todos lados, tan reiterada en estos tiempos en donde las cosas y las personas parece que para existir, para ser necesitamos servir para algo. Parece que las cosas tienen que tener una utilidad y si uno establece una relación con alguien o con algo es porque eso va a servir para algo, de lo contrario estaríamos hablando de un mal negocio. Ésta es una época en donde todo, absolutamente todo, parece que se comercializa.
Es un momento muy difícil, pienso, como para establecer un encuadre terapéutico y un espacio en donde se pueda trascender por un rato el funcionamiento transaccional que impera en nuestra sociedad. Si bien no puede desaparecer la forma de intercambio comercial dentro del consultorio, la palabra viene a poner de relieve el intento de un proceso de transformación y desprendimiento de ciertos vicios, ciertas costumbres insanas de nuestro día a día. Es decir, el trabajo analítico puede ayudar a que modifiquemos nuestra forma afectiva de vincularnos con el mundo. Y empezar a notar en los demás y en nosotros mismos la importancia de los afectos.
El afán de dinero, la ambición, las adicciones, el consumo compulsivo, llevan a un bloqueo de las emociones que nos aíslan cada vez más y nos vuelven ajenos a los otros así como los demás se tornan ajenos a nosotros mismos.
Ese vértigo en el cual vivimos donde el bombardeo mediático impulsa a consumir cada vez más en medio de una economía global cada vez más hostil y asfixiante tiene, como efectos colaterales, trastornos psíquicos que aceleran procesos mentales y aplastan emociones necesarias de ser registradas y expresadas.
Crisis de ansiedad, angustia, sensación de vacío, ataques de pánico, consumo de drogas y trastornos alimenticios son algunos de los cuadros típicos de desordenes mentales en éstos tiempos en donde el deseo de consumo parece no tener un punto final. La satisfacción de haber adquirido un objeto material o una experiencia anhelada pasa rápidamente al olvido para volver a la carga sobre una nueva búsqueda de satisfacción en otro objeto que correrá la misma suerte que el anterior. Es su paso fugaz en lo que respecta al disfrute, su espacio de duración es lo que se licúa dentro de una máquina de consumo que gira en espiral hacia la nada.
Son objetos anzuelo que no van a lo esencial de una persona. Esto, justamente, está oculto en los medios de comunicación y en el mercado. El mensaje transmitido apunta a que la felicidad tiene que ver sólo con el consumo de lo que el mercado es capaz de ofrecer.
El espacio terapéutico viene a plantear otra visión de las cosas. No es afuera donde estaría la felicidad. No es en el consumo ni en el apuro por tener más, más y más.
Por ese contrapunto es que para mí nace el desconocimiento o el prejuicio de que ir al psicólogo no sirva para nada. “¿Para qué sirve un psicólogo, entonces, si no me va a resolver mis problemas?”, dicen algunas personas.
Es que ir al psicólogo no es lo mismo que ir al médico. No hay una respuesta directa que vaya a resolver el síntoma o el problema que convocó a la persona a consultar. Por el contrario, la cura tiene que ver con dejar hablar a la persona que sufre y en ese hablar el psicólogo, si es bueno en su hacer, en su escucha y en su lectura, ofrecerá un marco que puede ayudar a que la persona revea sus palabras y su forma de pararse en la vida. Todo esto, sostenido en el tiempo con responsabilidad y esmero, permite avizorar un futuro promisorio. El trabajo analítico es sobre todo una experiencia de encuentro con lo más íntimo de uno mismo. De allí radica la resistencia de muchos para acercarse a la misma.